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El siguiente objeto de su atención fue un espacio de tierra de gran extensión y abierto al aire puro del cielo. Lo adornó pavimentándolo con piedras finamente pulidas y lo rodeó con tres costados de pórticos muy largos. Porque en el lugar opuesto a la cueva, o sea el lado este, la iglesia misma fue erigida; un trabajo noble que alcanzó una gran altura y que fue de gran extensión tanto en largo como en ancho. El interior de esta estructura tenía un piso de losas de mármol de diversos colores; mientras que la superficie exterior de las paredes, brillaban por las piedras pulidas que encajaban exactamente unas con otras, exhibiendo un grado de esplendor de ningún modo inferior al del mármol. En lo que respecta al techo, en la parte exterior estaba cubierto con plomo como protección de las lluvias invernales. Pero la parte interior del techo, que había sido terminado con trozos esculpidos que se extendían en series de compartimentos relacionados entre sí, como un vasto mar, sobre la totalidad de la Iglesia; y, habiendo sido completamente cubierto con oro puro, hacía que el edificio entero brillase como si fueran rayos de luz. Además de esto había dos pórticos a cada lado, con filas de pilares, altos y bajos, que correspondían en el largo con la iglesia misma; y también estos tenían sus techos adornados con oro. De estos pórticos, a los que estaban en el exterior de la Iglesia, los sostenían columnas de gran tamaño, mientras que los que estaban dentro se apoyaban en pilas de piedras hermosamente adornadas en la superficie. Tres puertas, ubicadas exactamente hacia el este, estaban dispuestas para recibir a las multitudes que entraban a la iglesia. Frente a estas puertas estaba la parte que coronaba todo, era el hemisferio que llegaba hasta la cima de la Iglesia. Este estaba hecho en forma de círculo por doce columnas (de acuerdo al número de los apóstoles de nuestro Salvador). Los capiteles estaban embellecidos con boles de plata de gran tamaño, los cuales habían sido presentados como una espléndida ofrenda a Dios por el emperador mismo. En el siguiente lugar rodeó al atrio que ocupaba el espacio que conducía hacia las entradas frente a la Iglesia. Esto abarcaba primero el patio, luego los pórticos de cada lado y finalmente las puertas del atrio. Después de éstas, en el medio del mercado al aire libre, estaban las puertas de la entrada general, que eran de una gran exquisitez. Permitían a los paseantes desde fuera tener una visión del interior que no podía menos
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