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Entonces, Bat-batean, gure abentura nahia guztiak, mendiko imGeroarabera epela matxinada duten guztiak, zopa bat bezala desagertu drainatzea behera. Tren geltokira hurbildu gara eta gure bidea hasi da atzera, den karpan madarikatua orno descoyuntándonos batera.
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Una semana duraba ya nuestra escapada cuando nuestros padres se presentaron en el campamento. Para entonces, ya sobrevivíamos a base de salchichas calentadas a la cerilla. Traían algo de comida. Nos preguntaron si queríamos volver a casa. Respondimos que no, que es lo que se espera que responda cualquier adolescente a sus padres. Nos quedamos de nuevo solos y, al día siguiente, tras una breve asamblea resuelta por unanimidad, recogimos la tienda de campaña y nos bajamos andando a Canfranc, donde teníamos intención de acampar a las afueras del pueblo. Lo intentamos en un claro, pero alguien nos llamó la atención. Estaba prohibido, al parecer. Entonces, súbitamente, todas nuestras ganas de aventura, toda esa rebeldía atemperada por la inmensidad de la montaña, se desvaneció como una sopa por el desagüe. Nos acercamos a la estación de tren y emprendimos el camino de regreso, con la maldita tienda de campaña descoyuntándonos las vértebras.
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